La Historia Particular de un Muchacho de Edmund White (Influencias 3)

 
1995 fue un año apasionante. Yo, que tenía pocos amigos, notas mediocres y la cara llena de granos, pensaba que había tocado fondo. Veinte años después, y analizando la situación con algo de perspectiva, no puedo evitar sino sentir cariño por aquel adolescente que estaba a punto de eclosionar. En 1995 conocí a Rimbaud, a Baudelaire, a Genet y descubrí que la mejor compañía era la de sus libros. Pasé multitud de tardes en casa, desencriptando los versos de Una Temporada en el Infierno, sintiéndome un explorador que se ha internado en zonas tan hostiles como excitantes. Y a finales de abril, cuando la feria del libro llegó a mi instituto, me hice con uno de los ejemplares más preciados de mi biblioteca: La Historia Particular de un Muchacho, de Edmund White. Lo devoré en una tarde y al día siguiente lo volví a leer. Se convirtió en un pasatiempos habitual analizar mis pasajes favoritos de esta historia, reflexionar sobre cómo estaban escritos, desentrañar los secretos de este autor, que había roto los esquemas de aquello que yo creía conocer. Y es que Edmund White no contaba nada y lo contaba todo. Describía al detalle situaciones tan comunes como aparentemente aburridas de la historia de este muchacho y de repente me daba cuenta de que estaba contando algo más, algo que tenía mucho que ver con mi propia existencia. Lo mejor de la novela eran los puntos álgidos, en los que el ritmo se aceleraba y todo pasaba en un par de líneas. Me planteé crear algo así, que utilizara diferentes niveles de lectura y contara una cosa u otra según quien lo interpretase. También quise imitar, por supuesto, su manera de jugar con el ritmo, la poesía de Rimbaud y la estructura del diario de Frida Kahlo. En lugar de estudiar para los exámenes finales, escribí Por qué me he Pintado el Pelo de Rojo, una novelita corta y maravillosa que tiene mucho que ver con la que, muchos años después, sería Riku desde los Infiernos. De hecho, si has leído la historia de Riku, sabrás que hay un capítulo que se llama como mi obra de juventud. No me llegó a quedar nada para el verano, pero fue la antesala del curso tan desastroso que tuve al año siguiente (aunque esa es otra historia y será contada en otra ocasión).
 
Edmund White no sólo me influyó a la hora de escribir aquella confesión capilar y adolescente. El Último Año en Hipona, la novela que publicaré en octubre con Editorial La Calle, transcurre a finales de la década de los sesenta, hay un internado, chicos en plena revolución hormonal y un montón de discos prohibidos cuyas canciones sólo se pueden bailar pasada la medianoche. Pero bueno, no adelantemos acontecimientos, que no os quiero poner los dientes largos y aún queda un buen puñado de meses hasta que la podáis encontrar en las librerías.

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