Relatos sobre "El regreso de Elías Urquijo"



En Mayo del 2010, Roque Madrid, productor y director en ciernes, me pasó el guión de una película que tenía en mente, "El regreso de Elías Urquijo". La historia tenía demasiadas lagunas y cabos sueltos, por lo que comencé a trabajar junto a él en darle la forma y el tono adecuado. Escuchando canciones de François Hardy, inspirado por la estética de los cómics de "Esther y su mundo", corregí numerosas escenas, borré muchas otras y escribí una serie de relatos para darle cierta solidez y coherencia al argumento. Espero que estos relatos ayudaran al director a explicar el por qué del comportamiento de los personajes. Hasta ahora, no habían visto la luz, pero quiero compartirlos con mis lectores.

Aurora

La luz que tiñe de color albaricoque el suelo de la habitación alborota las mariposas que desde hace unos días habitan en su estómago. Se levanta de un salto como si su cama fuera una cama elástica, pero no lo es, lo que le da el impulso es saber que lo volverá a ver. ¡Elías! ¡Elías Urquijo, te amo, quiero ser tu esposa, quiero ser la madre de tus hijos! Y aún en camisón, danza frente al espejo y se lanza besos a sí misma mientras en el tocadiscos gira la última canción de François. Se la trajo su padre de París. ¡François es tan guapa, tan delicada! Entonces para de bailar por unos instantes y se acerca a su propio reflejo. ¡Ojalá fuera tan guapa como François para que Elías se fijara en ella! Le pedirá a papá que en su próximo viaje le traiga un vestido bonito. Mamie ha comenzado a hacer el desayuno y desde la cocina sube el olor del café y del pan tostado. En breve, la llamará con ese tono amable con el que siempre la llama y le dará los buenos días. Hoy la sorprenderá bajando antes de las ocho. Corre hacia el armario y saca la falda gris y el polo blanco. Le gustaría ser chic y no tener que llevar ese uniforme tan feo.

¡Mamie! exclama saltando los escalones de dos en dos. Mamie se alegra de que haya madrugado porque siempre dice que a quien madruga, Dios le ayuda. ¡Ay Mamie, hoy es un día muy feliz! Pero no se atreve a decirle por qué. Porque quizás a Mamie no le guste Elías. Quizás no le guste que viva en un barco, que sea un aventurero, que haya viajado tanto que sepa de qué color es el mar en Australia, el cielo en la sabana y las noches estrelladas en China. Quizás no le guste que sea tan mayor o que ella, siendo tan joven, se haya enamorado de él. Pero ya no es una niña, quizás los médicos digan que siempre va dos o tres años por detrás de las demás, y quizás tengan razón porque a veces se siente torpe y rara y demasiado soñadora, pero desde que vio por primera vez a Elías, amarrando su velero en el muelle, supo que en las cuestiones que atañen al corazón ya era toda una mujer.

La vergüenza

Elías se avergüenza de mí porque no soy exótica como las chicas que ha conocido en Taiwan. Ni soy fogosa como las españolas o inteligente como las rusas. Veo la vergüenza en su mirada cuando caminamos de la mano por el pueblo y algunos se asombran de ver que Aurora, la tonta, la rara, la ilusa, tiene novio. Es una sensación parecida a cuando por las mañanas bajaba a la playa a leer y algún vecino se sorprendía de verme con un libro entre las manos. Nadie espera que sea capaz de amar a un hombre así como nadie esperaba que fuera capaz de amar la lectura. Yo quería ser escritora hasta que decidí ser la mujer de Elías Urquijo. Ser escritora está bien, pero ser la mujer de un escritor es mucho mejor. Ser la que cuide de sus hijos mientras él aporrea la máquina de escribir, la que le lleve café en las interminables noches de trabajo, la que acaricie su pelo cuando se quede dormido sobre el escritorio al amanecer. Él me dice que no, que soy tan guapa como François Hardy y tan lista como Simone Beauvoir pero sus ojos no me mienten. Escucho los discos que papá me solía traer de París y me pongo triste. Ya no bailo, ya no. Porque me recuerdan a él. Papá nunca se avergonzaba de mí, siempre me decía que yo era capaz de todo tanto o más como las demás. Pero desde que se fue, esta vez para siempre, a veces me siento frágil y me pregunto si seré capaz de hacer feliz a Elías tanto o más como las demás. Él me sonríe y me aprieta fuerte la mano para que sepa que no tengo que hacer caso a los cuchicheos, a la falta de modales de los pueblerinos y yo no sé si lo hace porque cree en mí o porque no quiere ver como rompo a llorar en medio de la calle.

DIQUE

Él era el dique y yo el agua salvaje, loca. Yo era el potro desbocado y él mis riendas. Pensaba que el orden del mundo era justo, que las cosas estaban bien tal y como estaban pero me llamaron a media noche, creo que nunca nadie me ha llamado tan tarde por teléfono. Mamie siempre dice que cuando llaman de noche es porque algo malo ha pasado, así que en cuanto escuché el timbre del teléfono supe que no se trataba de buenas noticias. Me convertí yo en el dique, en las riendas, en las rocas que aguantan estoicamente el golpear del mar, de la tormenta. Empujé su silla de ruedas, le di de comer, lo lavé, lo vestí, le dije cuánto lo amaba cada mañana en cuanto abría los ojos y cada noche justo antes de que los cerrara. Y a medida que mi sufrimiento crecía, también crecía la mujer que habitaba en mí. Se ponía en pie la niña que apenas gateaba, aguantaba el equilibrio, elevaba los brazos y crecía para cobijar entre ellos al malogrado Elías Urquijo. Fue un proceso doloroso y solitario. Félix me calmaba con sus palabras, me felicitaba por lo bien que estaba llevando la situación. Muchas en tu lugar lo hubieran abandonado, me decía. Pero yo a Elías nunca lo abandonaría, me lo prometí a mí misma el día que lo vi amarrando su velero en el muelle, cuando yo era una niña con un par de años menos que el resto y él un aventurero con un par de años de más.

(c) Roberto Carrasco , 2010
Aporte al desarrollo del guión de "El regreso de Elías Urquijo"

En la fotografía: Una imagen de la película, ya rodada.

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